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  • Raquel Mingo

DEL SOFÁ A LAS OLIMPIADAS (+ O -)


Mujer agotada en el gimnasio

¡Maldigo el día en que dejé de fumar!

No porque me apetezca un cigarro (que también). Es que no encuentro un maldito mechero en toda la casa. ¿Y cómo voy a hacer una barbacoa en medio del salón con las playeras del infierno? Y los pantalones del chándal de algodón y poliéster. Hummm... Y la camiseta anchorra tan poco favorecedora...

¿Glovo me traerá medio litro de gasolina y hará lo honores frente a mis ansiosos ojillos? Es que las piernas no me responden. Creo que se me han roto los gemelos. Además, el sofá y yo hemos creado un vínculo inquebrantable. No puedo decepcionarlo, de veras.

¿El segundo día ha ido mejor que el primero?

Pues depende de a quién se lo preguntes. La familia Mingo tiene opiniones dispares. Te pongo en contexto, a ver si me ayudas.

Pablo y yo allí, en la puerta, con una actitud superpositiva, maqueados como para las Olimpiadas... Las del 2028 en Los Ángeles, que para las de París del año que viene llegamos muy justos y se trata de hacer un buen papel.

Nuestras cintas de andar/correr (seamos sinceros, arrastrarnos cual caracoles artríticos) al lado de la puerta de emergencia, porque esos dos chismes ya no sabían dónde colocarlos, hoy también están libres. Grito de triunfo en plan hemos ganado la Copa del Rey.

Demasiada atención sobre nuestras personas, toca disimular: un sorbito de agua (Pablo media botella de golpe), un silbidito por aquí (venga, P, que la niña de rosa no ha huido despavorida porque piensa que la estés acosando. Será rancia), finjo que me ato los cordones (¿quién me levanta del suelo ahora? Mi hijo ya se ha puesto esa música machacona en los cascos y pasa de mí).

A lo diez minutos me quiero bajar de la vida, digo, de la máquina de los cojones. A los treinta, tirarme a la piscina de abajo. ¿Cuánto habrá? ¿Diez metros? ¿Cien? Qué mala he sido siempre con las distancias.

Aguanto las ganas de vomitar y la temblera de piernas y duro cincuenta y cinco minutos. Me hago dos kilómetros, ochocientos metros. Y pis. Mucho pis. Mejor nos vamos a casa, que soy muy escrupulosa.

Como seguro que te lo estás preguntando, te lo cuento. Del amigo Constan ni la sombra. Te lo juro, es mi ídolo.

Nada más montar el coche, Pablo me mira fijo y trago saliva (fíjate, no sabía ni que me quedaba). Ahora es cuando me dice que es biflexible, poliamoroso, o de género fluido. Hablando de fluidos, creo que me he meado encima.

—¿Sabes, mamá? He estado pensando...

—Ya...

—No sé si vas a estar de acuerdo con esto pero creo que es importante que lo hagamos juntos.

Bueno, tanto como hacerlo juntos...

—Yo te apoyo en todo, hijo. En todo.

—Genial. Porque no es bueno practicar tanto ejercicio. Lo mejor es ir un día sí, un día no.

No comments. En serio. Dudo entre recordarle que ayer me llamó abuelita o aprovechar la oportunidad de echarle la culpa y salvarme de esta agonía durante un par de días a la semana.

¿Qué me recomiendas? Te leo. Claro, cuando me recupere de la visión borrosa y los tembleques.





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