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Raquel Mingo

UN ENCUENTRO INESPERADO


Le conoció de un modo irregular.


Nada de cruzársele por la calle, o de ser presentados por un amigo en común.


No hubo miradas de ojos caídos, ni sonrisas picaras. Ni siquiera un solo guiño descarado que pudiera considerarse una invitación.


Fueron sus palabras, sinceras y desvergonzadas, sus susurros alocados y traviesos, la melancolía que se desprendía de cada una de sus sílabas, de lo que le contaba y de lo que se callaba, lo que la tenía tan enganchada.


Y empezó a pensar si no estaría un poco loca por sonreír a cualquier hora del día, solo por recordar una broma compartida.

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