DE REGALO, UN CAMARERO, POR FAVOR
—Feliz cumpleaños.
Mayte chocó su copa con la de su hermana pequeña y respondió a su sonrisa con otra igual de risueña.
—Idem.
Ambas dieron buena cuenta del caro y exclusivo champán, sabiendo que al finalizar la velada otros conducirían por ellas.
—Qué rico, por favor —se deleitó Sara.
—Para ti, lo mejor —aseguró Mayte con un guiño pícaro.
—Siempre tan generosa. Me encanta el sitio que has escogido para celebrar nuestro cumpleaños. Es original y elegante —alabó la otra, echando un vistazo a su alrededor a la vez que devolvía el saludo a un par de invitados—. Entonces, ¿al camarero buenorro me lo quedo yo?
—Ni hablar. La comida y la bebida corren por mi cuenta. El semental es mi autoregalo.
—¿Se puede saber qué hacéis aquí escondidas cuchicheando como la vieja del visillo?
Las dos mujeres se giraron hacia Bruno con cara de apuro.
—Tienes razón. Esta noche es para los amigos —se disculpó Sara. Agarró su brazo, dispuesta a sociabilizar con todo bicho viviente. Miró a la otra cumpleañera por encima del hombro—. Prepárate para la guerra, Mey. Ese morenazo duerme conmigo esta noche —murmuró entre dientes para que no la escuchara nadie más.
—Tú lo flipas. ¿Me has visto bien? Voy vestida para matar. Y debajo de este Chanel estoy aún más impresionante.
Sara se alejó envuelta en una gran carcajada, que provocó que su hermana sacudiera la cabeza con regocijo.
La noche, de por sí divertida, de repente se presentaba mucho más emocionante. Sería interesante averiguar cuál de las dos se llevaría al macizo a su cama.
—¿Otra copa?
Iba a negarse cuando se fijó en quién le hablaba.
—Me apetece algo más…
—¿Placentero?
—Qué gratificante cuando no hay necesidad de explicarlo todo.
Mayte estaba segura de que la sonrisa del camarero sería capaz de hacer perder las bragas a la más pintada. Las suyas, en concreto, se habían volatilizado.
«Espera. Hoy no me he puesto».
«Pero si las llevara, ahora mismo serían historia».
—¿En qué habías pensado?
«En ti empujando fuerte entre mis piernas y tapándome la boca para que toda esta gente no me escuche desgañitarme mientras me corro de gusto».
—Teresita, ¿qué haces aquí tan solita?
«¿Estrangular a un invitada de tu propia fiesta está feo?» se preguntó, observando cómo aquel atractivo empleado se movía por el salón atendiendo al medio centenar de comensales.
—¿Te diviertes, Candela? ¿Dónde has dejado a tus gemelos?
—Se los he endiñado a mi suegra. Como siempre se está quejando de que no los ve lo suficiente…
Mayte desconectó de la conversación y oteó la sala en busca de su hermana. La encontró en la barra, contemplándola con evidente inquina. Estuvo a punto de echarse a reír; aquello iba a ser la mar de entretenido.
A Sara se la comían los demonios. Cierto que el plan inicial no incluía hombres. Se habría conformado con unas copas (bastantes, que la vida era muyyy dura y estaba de celebración) y una buena cena en compañía de su familia y amigos. Pero ese camarero de más de metro noventa, ojos de un intenso verde y cuerpo de modelo de bañadores de licra lo cambiaba todo. Y el descarado reto de Mey, también.
El morenazo tenía que ser suyo. O ella de él. Mientras el resultado fueran dos o tres orgasmos olímpicos no pensaba ponerse quisquillosa.
Estudió las bandejas de canapés; incluso se detuvo a leer los pequeños cartelitos que los identificaban. Cualquiera sabía lo que podía meterse uno en la boca. Se detuvo de golpe. Plátano macho.
«Hummm…».
—¿Necesitas algo?
El dichoso aperitivo se le quedó atascado en la garganta. Quizá fuera una judía negra, o el maíz dulce. Para nada el susurro deslizado en su oído derecho, como melaza caliente. Por suerte, se recompuso con rapidez.
«Dejad de correr. No hay riesgo de fracturarme una costilla intentando hacerme la Maniobra de Heimlich» pensó con acritud cuando comprobó que, salvo el camarero, nadie le prestaba atención.
—¿Puedo pedir cualquier cosa?
—Bueno, mis dos primos y yo ya entregamos antes de ayer todos los regalos pero seguro que consigo proporcionarte algo que te haga llorar de emoción.
La carcajada femenina se escuchó en toda la sala. Multitud de cabezas giraron en su dirección, entre ellas, como no, la de Mayte.
—¿Así que tengo delante de mí a uno de los Reyes Mayos?
—¿Tú qué crees?
—Que eres un fantasma.
El hombre se acercó tanto que le impactó de lleno el irresistible aroma de su colonia. Qué bien olía, el jodío. Tuvo que contenerse para no sacar la lengua y lamerle la mejilla. O lo que se dejara.
—Yo creo que te mueres por comprobarlo.
—¿Admitirlo me convierte en una buscona?
—Admitirlo te hace más mujer.
—Vale. Pues te comía hasta la pajarita.
—Mucho mejor —aprobó él, complacido.
—Cuando me aseguraron que tendríamos servicio personalizado no imaginé que fueran tan literales.
El tono de Mey no dejaba duda alguna sobre su estado de ánimo. Ambas mujeres se miraron con resquemor; parecía que fueran a liarse a tortas de un momento a otro.
—Las hermanas no deberían pelearse nunca por un hombre —las amonestó el camarero.
—¿Estás de coña? —se burló Sara—. No ha nacido el tipo que ponga en peligro nuestra relación. No te ofendas.
Los blancos dientes masculinos mordiendo aquel suculento labio provocaron un cortocircuito en sus sistemas reproductivos. De repente, las dos necesitaban ser mamás de sendos niños morenitos, espigados y con grandes ojos verdes.
—Me alegra saber que habéis aprendido a compartir.
La pequeña de las hermanas parpadeó confundida varias veces, antes de girarse hacia la otra.
—¿Ein?
—Diría que nos está ofreciendo un ménage à trois —opinó Mayte, con aire reflexivo.
—¡Ay, mi madre!
—¿Os he escandalizado?
—¡No, hombre! —casi gritó Shay—. ¡Si nosotras nos montamos un sarao de estos todos los fines de semana! ¡Hoy, por ser nuestro cumpleaños, ya lo hemos hecho dos veces! Mañana y tarde y, contigo, final apoteósico nocturno… —terminó en un murmullo nervioso.
—Ni caso. Es de Rivas, ya sabes. —Él asintió, como si el comentario (cualquiera de ellos, en realidad) hubiera tenido algún sentido—. ¿Vas a poder con las dos?
—La pregunta correcta, señoritas, es si seréis capaces de soportar lo que tengo previsto para vosotras.
—¡Ay, mi madre! —repitió Sara, a punto de bajarse el tanga allí mismo.
Mey se limitó a beberse el contenido de su copa y a coger otra de la bandeja que portaba una de las empleadas.
Las mujeres se miraron en silencio durante un rato, antes de que Shay lo rompiera con sus dudas.
—¿Tú qué piensas?
Su interlocutora repasó de arriba abajo al hombre que tenía enfrente, que no se amilanó ante el escrutinio.
—Que en esta vida hay que probarlo todo.
—Bueno, pues después de esto voy convertirme en ama. Me mola eso de tener a un sumiso postrado a mis pies, ansioso por cumplir todos mis deseos. Hacer cupcakes también me parece genial, que conste. Me cuesta decantarme por una opción.
—Elige el bondage y que ellos te hagan las magdalenas.
Ambas chocaron los cinco, demostrando su acuerdo.
—Venga, chicas, prometo dejaros tan saciadas que mañana necesitareis un fisio para recomponeros.
Sara empezó a boquear como un pez fuera del agua. Su hermana se ventiló el champán en un suspiro, confiando en que no se notara que le temblaba la mano.
—¿Entonces? ¿Os apetece compartir la experiencia sexual más intensa de vuestras vidas?
Mayte se despertó con el corazón acelerado, las sábanas revueltas y un dolor sordo entre los muslos. Maldijo el molesto timbre del móvil, a pesar de ver la risueña cara de Shay en la pantalla, y descolgó.
—Buenos días, sister. Que digo yo que en nada somos un año más viejas. ¿Preparamos algo especial?
No tardó más que un segundo en pensárselo.
—¿Qué tal una fiestecita? Nada exagerado; algunos amigos, la family, comida de la buena, mucho alcohol, y…
—Unos ojos verdes a juego con una sonrisa burlona y un montón de promesas picantes —interrumpió Sara, emocionada.
Abrió los ojos como platos andaluces. Era imposible que hubieran soñado lo mismo. ¿Verdad?
Se encogió de hombros mentalmente y se deleitó con la posibilidad de que aquella fantasía pudiera hacerse realidad.
—Me encanta el picante.
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