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Aperitivo 3 de LAS HIJAS DEL MONSTRUO

  • Foto del escritor: Raquel Mingo
    Raquel Mingo
  • 19 may 2024
  • 2 Min. de lectura


Alzo mi copa para que la anfitriona la rellene.

—¿Qué tal va el curso?

—Estupendamente. Cumplimos los objetivos y todo marcha tranquilo. En general, los críos se portan bien. Al fin y al cabo, estamos en primaria. Otro gallo nos cantaría si se tratara de secundaria o bachillerato.

—¡¿Otro gallo nos cantaría?! —se burla Blanca, entre risotadas—. ¿Pero tú cuántos años tienes, tía?

—Cuarenta y tres. ¿Qué esperas que diga? ¿«La movida sería la hostia de diferente si habláramos de adolescentes cachondos y vacilones»?

Las carcajadas de mis hermanas deben de escucharse en toda la urbanización. Nos hemos sentado como siempre: Ka, en una de las cabeceras, y Nere y yo, a ambos lados de ella. El resto de los comensales charlan entre sí y, de vez en cuando, meten baza en nuestra escandalosa conversación.

Berto se levanta para que Pipe le eche Nestea en el vaso y yo lo contemplo con…

—Dios, Clau. ¿Tu hijo no se ha puesto gayumbos limpios hoy?

—¿Qué? ¿Por qué dices eso?

—Lo estás mirando con una cara de asco… —explica Nerea, en voz baja.

Vuelvo a fijarme en sus pantalones por encima del tobillo y suspiro. Dani los lleva casi idénticos, aunque los suyos, en lugar de vaqueros, son de lona y con estampado militar.

—Detesto la ropa pesquera. Y lo mismo me pasa con las partes de arriba.

—Mujer, al menos no se han apuntado a la moda de los pantalones cagados.

Reprimo un escalofrío.

—Shhh… Baja la voz. Puede que no se les haya ocurrido aún.

—Si lo hacen, respeto máximo, ¿eh? —interviene Blanca, muy seria—. Nada de traumas para mis niños. —Levanta el puño y las dos nos apresuramos a chocárselo. Joder, qué suerte tengo de que estén en mi vida—. Eso sí, el día que se los pongan, no quedamos. Me veo incapaz de no descojonarme mientras los tenga a la vista.

—No es mi caso, claro —asegura Nere—. Pero mi hija es muy impresionable, así que yo también me escaqueo de ese show; lo lamento en el alma.

—Menudas cabronas.

—Claro, claro. Que tú eres mu santa.



 
 
 

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