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  • Raquel Mingo

VUELVE, NENA



—Te reto. —Unos ojos rasgados de un increíble color verde imposible de definir me miran con fijeza cuando se gira hacia mí. Están llenos de curiosidad, recelo y cierto brillo de diversión que conozco bien. Casi puedo saborear su aceptación, aunque aún no he abierto la boca.

—¿Qué estás tramando? —Esa voz ronca y arrastrada tiene el poder de calentarme con un mero susurro en los momentos menos oportunos, así que ahora, acompañada de una de esas sonrisas dulces y traviesas que solo ella es capaz de conseguir, me tiene al borde del infarto.

—Un pequeño desafío, nada más.

—Contigo siempre hay más. Suéltalo, Jandro.

—¿Estás escuchando la canción? —Sé que intenta aparentar indiferencia pero no lo consigue. La suave y romántica letra de I know what love is, de Céline Dion, inunda la espaciosa y concurrida cafetería en la que estamos ocultándonos del sofocante calor de agosto.

—Es nuestra canción —termina por aceptar. Asiento y me limito a observarla en silencio. Su insolente ceja se alza en un gesto tan encantador como inquisitivo—. Vas a ponerte difícil, ¿verdad? —Suspiro y le doy un trago a mi cerveza antes de darle lo que quiere.

—Sal ahí y ponte a cantarla y a bailarla como si fueras la estrella canadiense en persona. —Lau me mira de tal forma que no me cabe duda de que piensa que soy gilipollas y termina por echarse a reír.

—Mira que eres tonto.

—¿Eso es un no? —Su mirada verde vuelve a escrutarme y algo debe de convencerla de que hablo en serio porque de repente está alerta como la leona que es.

—Creí que solo llevabas una de esas. —Señala mi vaso largo con un cabeceo y yo me planteo todo esto. En realidad lo del reto es una chorrada, lo que de verdad me importa es el motivo por el que se lo estoy pidiendo.

—Y así es.

—¿Entonces? ¿A qué viene esta tontería?

—Quiero recuperar a la antigua Laura. —Detesto su sorpresa, además del pequeño sobresalto que le provocan mis palabras.

—¿Qué quieres decir? —Me muerdo el labio inferior, como cada vez que estoy nervioso o excitado y me lanzo a la piscina.

—Has cambiado. —Alzo la mano para que no me interrumpa porque sé que va a inventarse un montón de excusas y no me apetece oírlas—. Siempre has sido una joven espontánea y visceral. Alocada, graciosa y… Joder, cariño, la mujer más especial que he conocido. —Sus ojos me estudian durante un instante en el que desconozco lo que está pensando, lo cual reafirma mi opinión.

—¿Me estás diciendo que ya no lo soy?

—Si no tuviera claro que es imposible juraría que tienes una hermana gemela y que me habéis dado el cambiazo. —Soy consciente de que le he hecho daño. A decir verdad creo que si la hubiese pegado no le habría dolido tanto, sin embargo no puedo callármelo por más tiempo. Echo de menos a mi chica—. La culpa es de tu trabajo. —Su bufido despectivo lo dice todo. No es la primera vez que hablamos de esto, al menos de la parte laboral.

—Siempre volvemos a lo mismo. Soy abogada, y buena. Pero mi profesión no me ha convertido en un robot ni… en lo que tú insinúas. Y que seas escritor y tengas una vena artística que adoro no significa que tu carácter sea más extrovertido que el mío.

—Y sin embargo desde que empezaste en el bufete tu luz se ha ido apagando y te has convertido en… tu abuela. —Se atraganta con la Coca-Cola y empieza a toser como una descosida. Cuando consigue recuperarse me fulmina con la mirada, bastante enfadada.

—Joder, Alejandro. Mi abuela… —Le echo una ojeada perezosa al espacio vacío frente a la barra y cuando me giro hacia ella alzo las cejas con sorna.

—Hace nada ni te lo hubieras pensado. Habrías saltado de la silla y te habrías dejado el alma en la actuación de tu vida. Y luego nos habríamos desternillado de la risa recordándolo.

Cuando esos preciosos ojos de gata se clavan en ti el impacto es como una bola de cañón disparada contra tu estómago. Y sin embargo si pudiera pedir un deseo al despertar cada mañana, aparte de pasar cada minuto de mi vida enterrado en su cuerpo suave y complaciente, sería que no dejara nunca de mirarme del modo en que está haciéndolo ahora.

Sé que le está dando vueltas a lo que he dicho, así que me mantengo impertérrito ante su escrutinio, para que vea que esto es serio. Desde que entró en el bufete y se dio de bruces con la cruda realidad del mundo, la muchachita chispeante que logró domar al temible dragón poco a poco ha sido devorada por una versión de sí misma mucho más triste y seria. Supongo que ha tenido que ir endureciéndose para que toda esa fealdad no acabe con ella.

Al principio me contaba detalles de los casos que llevaba pero no tardó en guardárselo todo para sí misma y contestar con monosílabos a mis ocasionales preguntas, como si no quisiera contaminarme a mí también. Fue entonces cuando desapareció toda su espontaneidad, dejando paso a la pequeña viejecita que vive en el cuerpazo que adoro con frenesí cada noche.

Mentiría si dijera que no lo entiendo, sin embargo quiero que la nueva Lau se vaya a tomar por culo a la de ya.

—Soy la misma de siempre —se empeña en rebatirme, aunque me doy cuenta de que ni ella se lo cree.

—Los cojones. —Sus labios se cierran en una apretada línea, señal de que está cabreándose.

—De verdad, te estás obcecando con este tema.

—Demuéstralo.

Su rápida respuesta, al chasquear la lengua casi con censura y levantarse de golpe, me pilla por sorpresa. El aroma de su perfume me envuelve cuando pasa por mi lado como una exhalación y me giro en la silla para verla dirigirse con paso seguro hacia el camarero, al que le dice unas palabras que por supuesto no llego a escuchar.

No creo ni que el chaval tenga los veinte, así que me parece de lo más lógico que farfulle su respuesta y parezca a punto de salir corriendo hacia el baño a hacerse una paja. Incluso sonrío cuando coge un mando y ante los evidentes temblores de su mano mi chica se lo quite y trastee con él durante unos intantes.

Las primeras notas de la canción de Céline, que terminó hace un par de minutos, comienzan a sonar de nuevo por los altavoces y una sonrisa de placer asoma a mis labios cuando la observo subirse a la barra de madera y empezar a tabalear con los dedos muy despacio, los ojos cerrados mientras absorbe la música.

Los clientes, que son muchos, detectan de inmediato el cambio en el ambiente y en poco más de diez segundos las conversaciones se detienen para mirar a la preciosa joven sentada en el mostrador. De repente sus ojos se abren y tengo la firme convicción de que con ese simple gesto se ha ganado la atención del local entero.

Y entonces llega su voz, sensual y ligeramente ronca, y casi les escucho contener la respiración. Lo hace bien, más que bien, aunque no para poder dedicarse a ello a nivel profesional.

De un pequeño salto llega al suelo y comienza a moverse al ritmo de la melodía. Los pantalones me aprietan, joder y es por culpa de la tremenda erección que me provoca mirarla. Es tan jodidamente sexi y apetecible. Y verla menearse de esa forma tan desenvuelta me hace recordar la primera vez que la escuché cantar, lo que hace que me revuelva incómodo en la silla.

Estábamos en mi casa y acabábamos de hacer saltar al menos dos muelles del sofá del salón con otro frenético polvo, y eso que era el tercero de la mañana y apenas habían dado las doce. Todavía sin resuello Laura fue al baño y cuando regresó se puso a toquetear el equipo de música hasta que encontró la emisora de radio que le tanto le gustaba. Mi reacción al escucharla fue casi como la que siento en este momento, solo que entonces verla bailar desnuda sin ningún tipo de inhibición me puso firme en el acto, a pesar de haberme corrido minutos antes. Era pura tentación, igual que ahora.

Fue en aquella lujuriosa mañana que se convirtió en nuestra canción. Y cuando las notas finales se extinguen y el silencio se adueña de la cafetería hay algo que tengo muy claro: haré lo que haga falta para recuperar a mi mujer.

Los aplausos estallan como una horda y mi pequeña hace un par de graciosas reverencias antes de girarse para volver a la mesa pero un tipo mayor la intercepta e intercambian unas cuantas frases. Ella ríe varias veces mientras niega con la cabeza y el hombre parece insistir. Al final se despiden y llega hasta mí.

Se me queda mirando, con una sonrisa floja en los labios y un brillo retador en esos ojazos suyos. La agarro de la muñeca y de un tirón la siento sobre mis rodillas.

—¿Y bien?

—Espectacular. Casi tanto como la primera vez. —Durante un instante permanece callada, con seguridad pensando en aquella oportunidad y en los dos revolcones de Guinness que aquel bailecito tuvo como consecuencia.

—¿He ganado el reto entonces?

—Sí. —Una sonrisa presuntuosa se instala en su cara—. Aunque la verdadera pregunta es otra.

—¿Cuál?

—¿Esto… —Señalo hacia el improvisado escenario— ha sido una pataleta para demostrarme que estoy equivocado o cabe la posibilidad de que resucitemos a la chica polvorín?

—¿De verdad crees que me estoy acartonando?

—Cielo, estás a punto de convertirte en piedra. —Se limita a suspirar, si bien hay tanto sentimiento en ese gesto que intuyo que estamos cerca.

—Es… difícil. —Sé que habla de su trabajo. De lo que siente cuando se enfrenta a los horrores de algunos casos. Y sobre todo, de que no sabe cómo gestionar esos sentimientos y mucho menos no traerlos a casa.

—Podrías dejarlo. —Se gira hacia mí como un resorte y podría poner en palabras, casi de forma literal, lo que tiene en la punta de la lengua. Los largos años de carrera, los duros exámenes, los angustiosos meses de becaria, haciendo de todo sin cobrar ni un puto duro y, por fin, la oportunidad que se merecía. Pero no comprende que todo eso deja de tener sentido si se pierde por el camino. Y acaba de empezar a recorrerlo, por Dios. ¿Qué quedará de ella cuando lleve diez años ejerciendo? ¿O treinta? No quiero imaginármelo. No, no tengo ninguna intención de verlo pasar.

—Podría hacerlo. —La observo pasmado. ¿Tan fácil?—. El dueño me ha ofrecido cantar aquí los fines de semana. Está seguro de que reventaremos el local. Creo que quiere reconvertirlo en un pub. —Suelto una carcajada que se evapora de golpe cuando su lengua entra en mi oído y siento su pequeña mano vagabundeando por mi entrepierna, que rápidamente se llena de sangre y necesidad—. ¿Te imaginas lo que podría conseguir si canto desnuda? —susurra mientras me aprieta fuerte. Un gemido bajo escapa de mi garganta. Definitivamente Laura la Traviesa ha vuelto.

Y me pienso encargar de que no se vaya a ninguna parte.



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