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  • Raquel Mingo

QUÉ TIENE EL AMOR... QUE TE HACE DESEAR...


El agua se mecía con la misma suavidad con la que una madre amorosa balancearía la cuna de un recién nacido. Del mismo modo, el viento que azotaba a diario aquella zona, por fin se había calmado, y la paz, la sensación de recogimiento, y un bienestar cálido y envolvente, arroparon a la joven como un manto, confiriéndole una seguridad y una tranquilidad interior que solo era capaz de alcanzar en mayor medida en un único sitio aparte de allí, al que tenía pensado ir en breve. Sentada en la solitaria playa, con un blusón semitransparente que dejaba entrever un bikini rojo, pequeño y ajustado, dejó vagar la mirada por el relajante mar en calma. De noche era una masa oscura, informe y callada. Lleno de misterios, incluso para ella, que lo tenía tan presente en su vida. De día, era una hermosa visión azul, de una tonalidad intensa y subyugante, en apariencia infinito, ingobernable, audaz y salvaje. Hipnotizante. En ese momento, apenas quince minutos después de las cuatro de la madrugada, la mujer dibujó en su mente la imagen de una sirena de leyenda, mitad humana, mitad pez, que surcaba el mar a sus anchas, se embebía en su magia, descubría sus tesoros ocultos. Quizá aquel aparente sosiego exterior sirviera para muchos, incluso para la gran mayoría, pero su pequeño volcán interior no sabía encauzar toda aquella pasividad. Ella era pasión, atrevimiento, inconformismo, tesón, incluso envidia. Porque había cosas, como las emociones de algunas personas, que aunque incomprensibles, siempre estarían fuera de su alcance. Como aquella llamada amor.

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Ese sentimiento esquivo y a veces incoherente, por el que se mataba y se traicionaba, que traía aparejadas lágrimas, dolor, y pena, pero también, cientos de sonrisas, grandes sueños, inconmensurables esperanzas de futuro, y la lealtad y fidelidad más increíbles que jamás hubiera creído posibles, era lo más hermoso y terrorífico a lo que se había enfrentado nunca. Y por ello lo ansiaba y lo despreciaba a partes iguales. Se levantó con un suspiro frustrado, se sacó el blusón por la cabeza, y con la mirada fija en el agua, apacible y susurrante, se desabrochó la parte superior del bikini, sin percatarse cuando cayó al suelo, y metiendo un dedo por debajo de cada pequeña tira de la exigua braguita, los deslizó hacia abajo, quedándose desnuda y con la impresión de ser libre. Sus pies se movieron solos, hundiéndose en la cálida arena hasta que tocaron el agua. Se internó en ella despacio, disfrutando de la sensación, y cuando le llegó a la altura del pecho una sonrisa enorme, tan repleta de placer como de ansiedad, apareció en su boca plena y sensual, mientras perdía por completo el equilibrio y se iba hundiendo, hasta que la cabeza quedó sumergida del todo. Un minuto más tarde se escuchó el ruido producido por un gran chapoteo, pero nadie fue testigo en aquella playa solitaria de la hermosa y perfecta cola azul iridiscente que brilló bajo la luz de la luna llena durante unos breves segundos antes de que la sirena se sumergiera en las aguas del mar Mediterráneo.


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