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Raquel Mingo

ESTÚPIDO CONTRATO


Es hombre la superaba.


La mitad de las veces quería golpearle fuerte con algo, y el resto simplemente lanzarse a sus brazos y perderse en su boca hasta quedarse sin aliento.


En ese instante, sin embargo, primaba lo primero.


Tenía los puños apretados con fuerza, el corazón le latía desaforado, y quería gritar.

Gritarle a él.


Pero hasta eso le estaba prohibido.


Todo le estaba prohibido.


Tenían un contrato. Era una forma de hablar, por supuesto. La realidad era que nunca se habían visto, y que nunca lo harían, porque así lo estipulaba ese estúpido acuerdo. Y decía más: nada de llamadas, ni Dios no lo quisiera, de sentimientos.


Solo una sana amistad.


Pero apenas un día después de conocerle, aquellos límites tan bien definidos ya se habían desdibujado. Porque cada uno veía en el otro luces y sombras que les atraían irresistiblemente.


Debían parar aquello, pero no eran capaces. Eran cobardes.


Así que hoy ella apretó los puños una vez más y resistió la tentación de gritar. De ira, de frustración…


De… pura felicidad.

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